027 - La Fuerza en Bagan Podcast Por  capa

027 - La Fuerza en Bagan

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Sobre este título

Te saluda Natalita, y por ahí anda mi duende Augusto, que no se si lo oyes todo emocionado. Él es el más fiel compañero que existe, ¿y sabes qué? ¡A ti también te acompaña uno, aunque todavía no lo conozcas! Soy una niña eterna que ayuda a otros a recordar La Gran Ciencia del Balance, contando historias de nuestras aventuras por La Princesa. Junto con Augusto, y muchos otros guías, imparto sesiones de sanación cuántica a todos esos niños eternos que están dispuestos a sanar, reprogramando sus creencias, pero de todo eso te cuento en las notas del programa. Mientras tanto, te dejo con una de las versiones de mi misma, que cuentan historias de colores, según quien decida contar la historia del día. Bitácora de aventuras, edición La Fuerza en Bagan: En una ocasión, me tocó ver uno de los atardeceres más mágicos que he tenido, tanto así que me ayudó a aceptar algunos sucesos de la vida, esa historia hermosa quizás te la cuente otro día, y quizás no te la cuente nunca, pero lo importante es que hoy vengo a contarte el lado editado de esa tarde y la próxima, que como siempre en la vida no fueron tan perfectas como parecerían según las fotos que guardé de recuerdo. La hermosa ciudad de Bagan, sus templos, su magia, sus atardeceres rodeados de templos. Ha sido uno de los más lindos lugares que he visitado. Normalmente, mis cacerías de ruinas van de una en una o quizás de 10 en 10, si tengo mucho éxito. En este pueblo me pareció ver más templos que gente, y mira que en Asia lo más que hay es gente (o por lo menos esa es la impresión de una isleña). Todo era mágico, pasaba horas enteras de templo en templo, y muchas veces era la única persona en ellos. De hecho, hay tantos, que te recomiendan alquilar una motorita para poder visitarlos más fácilmente y a tu ritmo. Se puede caminar, pero entre el sol, la distancia y el clima, Augusto sugirió coger la motorita. Claro, que lo hizo porque sabe el miedo que le tengo, y quiso ayudarme a superarlo, como con todos mis miedos antes de ese. Debo aceptar que le tengo una proporción igual de amor y odio a su método, aunque ha sido muy eficiente. Acepto el reto, y busco la motorita, al principio casi ni me pude montar y quedar derecha. Cuando lo logré, todos los del sitio de alquiler tenían una pavera mala, pero me ayudaron. Augusto regañó a los duendes por reírse (después de empezar el chiste el mismo, se creyó que no lo vi mientras intentaba acomodar la motorita). La acomodé y salí, nunca la guié a más de 40 kmh, y alcanzar esa velocidad requirió la historia que vine a contarte. Saltamos directamente al atardecer, que cosa linda sí, pero me toca guiar una motorita de regreso al hostal por una carretera en la que me consta que no hay una sola luz porque la revisé durante el día de camino a los templos. Haciéndole caso a Augusto, decido arrancar en el último tono de rosa, para que no me coja la noche en el templo / pirámide. Bajo las escaleras rápido, para aprovechar la multitud e irme con ella. Aprovecho para mirar la amalgama gigante de gente que hay, todos tan diferentes, y todos aquí para lo mismo. No hablo con ellos, pero le sonrío a sus duendes, que están felices de saludar a alguien y no ser ignorados. Llego a la motora, me quito la camisa (la preparación es complicada, porque en los templos hay que estar mega vestida por respeto a la cultura, pero hace tanto calor que uno opta por hacer layers en vez de salir vestido), me termino de quitar la ropa, me voy a poner los zapatos y... me doy cuenta de que los dejé arriba y, obviamente, estaba en el tope sentada. Me pongo la camisa en camino a subir, los guardias están sacando a todo el mundo pero me dejan subir, por princesa linda como siempre pensé, pero en verdad cuando miré bien porque Augusto se había sentado en mis hombros a mirarlos fijamente y decirles mentalmente que me dejaran subir (this are not the droids you're looking for). Llego al tope, agarro los zapatos, bajo lo más rápido posible, pero me detengo a mirar el último rayo de sol, al parecer, el atardecer ganó, y consiguió que lo viera a toda costa. Llego a la motora, me quito la camisa, me pongo los zapatos, prendo la motora, miro a mi alrededor, está de noche y completamente vacío. Miro a mi alrededor, me río, y pienso en la sorprendente habilidad de evacuación del lugar y de la gente, es como si todos corrieran, lo que me hace pensar que quizás debo correr yo también. Cuando veo a Augusto, se había sentado en el centro del guía, guía, o como se llame, entre medio del manubrio creo que es. Reconozco esa pose, y lo miro dudosa, le digo, Augusto, aquí no puedes ser GPS, no conocemos tanto el lugar. Me tiró su mirada de, "perdón, yo lo sé todo", y se viró y devolvió a su pose de GPS. No terminé de reaccionar y veo a la pequeña Natalita bajándose del lazo y sentándose con la misma cara ...
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