
La Pocha.
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Hace 16 años, a alguien le pareció lógico que esa casa con 5 perros bien podía tener 6 y me dejó en la puerta una cachorrita de un par de meses.
Qué conducta nefasta esa de tirar cachorritos y aliviarse la conciencia pensando que seguro que otro se va a hacer cargo.
Me hice cargo. La entré con la condición de ubicarla en otra casa. De regalársela a alguien. Pero son pocos los que, como yo, levantan perros de la calle y se los dejan. Lo mío no es caridad. Es algún problemita de la infancia no resuelto, pienso. Si no, no putearía tanto por tener que darles de comer y levantar soretes, todos los días de sus vidas y de la mía.
Leí, en BBC MUNDO, que eso de que las mascotas mejoran y alargan la vida no se ha podido demostrar. Y agregan, que se puede hablar de todo lo contrario. Que “una investigacióndemostró que los dueños de mascotas tienden a tener más problemas de salud mental y a sufrir mayores niveles de depresión que aquellos que no las tienen”.
De mis problemas de salud mental, prefiero que opinen otrospero, si es un nivel de depresión, el bajón y la tristeza gigante que te produce la muerte de estos seres, doy fe.
Con 6 perros en mi haber, dí por pagada la cuotaparte de compasión con los animales, por el resto de mi vida. Nunca más levanté a un perro de la calle y me prometí que, después de éstos, no iba a tener más perros. Son muy dependientes. Te condicionan la vida porque te aman sin condiciones. Y te miran…
Hoy empiezo a cumplir mi promesa. A las 7 de la mañana enterré a la última, a la Pocha, que se había muerto a las 4, de viejita. Tranquila. En su “cucha”.
Cavar este pozo para enterrarla, me costó mucho más que los anteriores.
Sí. Ya sé. Han pasado 16 años para mí también.