Dicen que hay montañas que no deberían subirse.
Lugares donde los árboles no crecen como deberían…
donde el viento no sopla…
y donde el silencio tiene nombre.

En el corazón de Oaxaca, México, hay un monte del que casi nadie habla.
Un monte cuyo nombre real ha sido borrado de los mapas.
Donde las sombras caminan de noche…
y las brujas vuelan sin dejar rastro.

Bienvenidos a Sobrenaturalmax,
un espacio donde la oscuridad no se esconde,
y donde las leyendas…
no siempre son solo eso.

Yo soy Edgar Ecace,
y hoy te invito a escuchar una historia prohibida.
Una historia que sobrevivió en susurros,
guardada por los ancianos que aún tiemblan al recordarla.
Una historia que comienza con un joven curioso…
y termina con un monte que nunca lo dejó escapar.

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Santa Eulalia es un pueblo escondido entre montañas y cafetales, al interior de Guatemala. La neblina baja cada mañana como una sábana blanca, y el viento, en ciertos días, parece llevar susurros entre las hojas. La vida allí es sencilla, tranquila, casi detenida en el tiempo. Pero los viejos del pueblo saben que la calma siempre guarda secretos… y que no todo debe contarse en voz alta.

En 1992, vivía en una de las casas del borde del pueblo la familia Gómez. Una pareja humilde, campesinos, trabajadores del café. Con ellos vivía su única hija, Lucía. Tenía siete años, una niña alegre, con el cabello largo y negro, la piel canela y una risa que contagiaba incluso al más gruñón del pueblo. Lucía siempre andaba descalza. Decía que le gustaba sentir la tierra. Que los pies eran como raíces.

Los vecinos la veían correr por los caminos de tierra, perseguir mariposas, trepar árboles, y hablar sola entre los cafetales. Muchos pensaban que era una niña fantasiosa, pero buena, Tierna, Inocente.

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En las faldas de los Andes, allí donde el aire es tan delgado que cuesta respirar, se levanta el Hospital San Eugenio.
O lo que queda de él.
Sus paredes agrietadas, cubiertas de musgo, parecen respirar cuando la neblina pasa.
Y quienes viven en los caseríos cercanos aseguran que, aunque está vacío desde hace décadas, el edificio todavía guarda vida.
O algo parecido.

Pocos recuerdan que, en 1948, cuando se inauguró, fue motivo de orgullo para la provincia.
Un hospital nuevo, con alas separadas para hombres, mujeres y niños; un pabellón especial para enfermedades infecciosas y un equipo médico traído desde Lima.

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