Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda Podcast Por Juan David Betancur Fernandez capa

Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda

Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda

De: Juan David Betancur Fernandez
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Este podcast está dedicado a los cuentos, mitos y leyendas del mundo.© 2025 Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda Ciências Sociais Literatura e Ficção Mundo
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  • 682. El secreto
    Aug 23 2025

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    Juan David Betancur Fernandez
    elnarradororal@gmail.com

    Había una vez un hombre hombre de edad madura y alma contenida que vivía en una casa de piedra y madera que parecía construida para guardar secretos. Este hombre llamado Nuri cultivaba el respeto como otros cultivan jardines: Con paciencia y silencio. Su esposa, joven y de belleza inquieta, se movía por los pasillos como una melodía que no terminaba de encajar en la partitura de aquel hogar, sus gestos siempre parecían contener algo más que no se rebelaba.

    La diferencia de edad entre ellos no era solo cronológica: era atmosférica. Él vivía en la pausa que producen los años y ella en el vértigo de la juventud. Él en la contemplación, ella en la urgencia.

    Una tarde, Nuri regresó antes de lo habitual. El sol aún no se había escondido del todo, y los corredores de la casa estaban teñidos de un dorado melancólico y el aire tenía ese aroma espeso que traen los secretos que aún no se han descubierto. Al entrar, fue recibido por su sirviente más antiguo, un hombre que había servido a tres generaciones de la familia.

    —Señor —dijo con voz baja, como si temiera que las paredes escucharan—. Vuestra esposa está en sus aposentos con el cofre de la señora madre, aquel que podría esconder un hombre. El grande, el que tiene doble fondo. No permite que nadie se acerque. He oído susurros. Y pasos. Pero no los suyos.

    Nuri lo miró largo rato. No dijo nada. Subió las escaleras con la calma de quien sabe que está a punto de perder algo ya que puede encontrar una verdad que no quiere reconocer.

    La puerta de la habitación estaba entreabierta. Dentro, su esposa estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada contra el cofre con rostro pálido y ojos humedos. Su cabello caía desordenado, y sus manos temblaban sobre sus rodillas. El cofre, de madera oscura y herrajes antiguos, parecía más un altar que un mueble.Y el silencio entre ambos era más pesado que el mismo mueble.

    —¿Me mostrarías qué hay dentro? —preguntó Nuri, sin levantar la voz.

    Ella lo miró. Sus ojos no eran de culpa, sino de tristeza.

    —¿Lo preguntas por lo que te dijo el sirviente, o porque ya no confías en mí?

    —Lo pregunto porque el silencio entre nosotros se ha vuelto insoportable y necesito conocer la verdad de nuestra relación.

    —Está cerrado —dijo ella.

    —¿Y la llave?

    Ella la sacó de su escote, con un gesto lento, casi ritual.

    —Despide al sirviente —pidió—. Solo entonces te la daré.

    Nuri bajó. Le pidió al sirviente que se fuera. No por obedecer a su esposa, sino porque entendía que el juego en el que se había metido tenía otras reglas que el debía obedecer.

    Cuando volvió, ella le entregó la llave sin decir palabra. Luego salió de la habitación, caminando como quien deja atrás una parte de sí, mientras su alma lloraba por no saber que le esperaba en el futuro.

    Nuri se quedó solo. El cofre frente a él. La llave en su mano.y un silencio se apodero de todo el aposento. .

    Con pasos lentos se acercó al cofre decidido a enfrentar su destino. Y con resolución decidio no abrir aquel cofre que retaba su vida. Pero No por miedo. No por debilidad. Sino porque entendía que hay verdades que, al ser vistas, destruyen más que el engaño mismo.

    Desde el balcon de su habitación llamo a a cuatro jardineros. Les pidió que trajeran una carreta. Y que con mucho cuidado bajaran el cofre y luego lo llevaran hasta el rincón más alejado posible de su finca, allí donde los árboles crecían torcidos y la tierra olía a humedad. En ese lugar debían abrir un hoyo lo suficientemente profundo para enterrar aquel cofre que podría llevar su destino.

    Y así lo hicieron los empleados. Allí lo enterraron. Sin abrirlo. Sin preguntar.

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    6 minutos
  • 681. El Arcangel
    Aug 20 2025

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    Juan David Betancur Fernandez
    elnarradororal@gmail.com


    Había una vez un hombre que entro al despacho de el párroco del pueblo. Su cara era de un dolor profundo, un dolor que posiblemente no era causado por algo físico, era un dolor del alma.

    El hombre apenas se sentó comenzo a decir

    Padre Anoche, ya entrada la bruma, cuando los perros del pueblo ladraban a sombras que no se veían, vino a visitarme un arcángel.

    El sacerdote extranado solo alcanzo a decir…. Dices que un arcángel te visito

    Si padre era un arcángel. Pero Para no espantarme, tomó la forma de una mujer joven, vestida con una tunica que flotaba con cada paso como si no necesitara caminar y con un brillo que básicamente la cubria por completo.

    Entró sin tocar la puerta. El viento le abrió paso, y ella se sentó junto a mi en un sillón de mimbre que siempre cruje como si recordara los cuerpos que lo han habitado. Su rostro estaba fatigado, con aquella expresión que tienen las almas cuando han cruzado siglos y silencios.

    Quise contarle mis penas: hablarle de mi hijo que partió sin decir adiós, de mi esposa que murió hace tanto, de la tierra que he cultivado pero que ya no da lo que daba, o de el miedo a que mi alma se oxide de tanto esperar a que el día final me llegue. Pero bastó que me mirara para sentir que ella sabía y conocía cada una de mis penurias. Sus ojos eran como miel tibia, y en ellos había una ternura que no pedía explicaciones. Me miró con amor limpio, como quien ama sin poseer, como quien acompaña sin pedir nada a cambio.

    Permanecia en silencio junto a mi. Allí sentada. Pero su silencio era más elocuente que cualquier sermón. En él se sentía la pesadumbre de la derrota , el dolor de los que rezan sin respuesta, la esperanza de los que siembran sin saber si habrá cosecha.

    Entonces comprendí. Ella no venía a consolarme, ni a salvarme. Venía a compartir la soledad. La suya era una soledad antigua, como la de los campanarios que ya no llaman a misa, como la de los santos que nadie recuerda. Y sin embargo, su presencia era un acto de solidaridad profunda que comenzo a cubrirme el alma.

    Pensé que venía a ofrecerme la muerte que era la que había estado esperando. Pero esta no traía espada ni trompeta como en sus homilías suele describir la parca. Solo tenía una mano suave y un gesto leve. Pense que quizá había olvidado sus armas, o quizás había entendido que para ciertos hombres, la muerte no necesita ceremonia.

    De pronto se levanto sin ruido, la silla en la que estaba no crujio como lo suele hacer el mimbre y eso me parecio muy extraño. Alzó la mano derecha y con el índice me tocó el costado, justo donde el alma se asoma al cuerpo. Fue un roce suave, como el de una hoja que cae después de desprenderse de un arbol. Pero ese toque fue definitivo.

    Desde entonces, llevo en el pecho un escozor que no se cura. No es dolor, ni nostalgia. Es la marca de la ausencia. La certeza de que fui tocado por algo que no pertenece a este mundo y que abrio la herida de la soledad sin muerte. Y aunque nadie me crea, padre yo sé que anoche, , un arcángel cansado vino a visitarme disfrazado de mujer.

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  • 680. El mono artista (Infantil)
    Aug 18 2025

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    Juan David Betancur Fernandez
    elnarradororal@gmail.com

    En el corazón de la Sierra de los Ecos, donde los cerros se alzan como guardianes de los secretos del tiempo, vivía una comunidad de animales que caminaban. No volaban, no nadaban, no trepaban más allá de lo necesario. Caminaban. Eran criaturas del suelo, del polvo, de la rutina. El llano era su mundo, y el cielo, apenas una promesa lejana.

    Entre ellos vivía un mono distinto. No por su especie, sino por su deseo. Se llamaba Turi, y desde joven había sentido que el mundo lo ignoraba. No era fuerte como el jaguar, ni sabio como la tortuga, ni ágil como el venado. Pero tenía algo que pocos tenían: ambición . Quería ser visto como un artista. No por lo que hacía, sino por lo que decía haber hecho.

    Una mañana, mientras paseaba por la ladera del Cerro del Silencio, Turi encontró un tronco caído. Era viejo, retorcido, con raíces expuestas como dedos de un cadáver vegetal. Nadie lo había tocado en años. Pero Turi lo miró con otros ojos. Su instinto lo llevo a ver algo que posiblemente otros que habían pasado por allí no habían visto. La oportunidad de sobresalir de forma inmediata sin mayor esfuerzo.

    —No necesito transformarlo —murmuró—. Solo necesito elevarlo.

    Y así nació su plan. No tallaría, no pintaría, no esculpiría aquel tronco ya que no sabría como hacerlo. Solo colocaría el tronco en un lugar inaccesible, y dejaría que la distancia hiciera el resto.

    Durante tres días, Turi empujó el tronco cuesta arriba. Lo hizo en secreto, evitando que otros lo vieran. El camino era arduo: piedras sueltas, espinas, niebla espesa. A veces se detenía a hablar consigo mismo:

    —Cuando lo vean allá arriba, no verán un tronco. Verán lo que yo les diga que es. Ese es el plan.

    Finalmente, llegó a la cima. El Cerro del Silencio era un lugar sagrado, donde el viento no hablaba y las aves no cantaban. Allí, colocó el tronco de pie, como si fuera una figura ancestral. Lo rodeó de piedras, lo limpió un poco, y lo dejó.

    Al regresar al llano, Turi convocó a todos los animales. Se subió a una roca y habló con voz firme:

    —¡Amigos! Durante años me he dedicado a cultivar un nuevo arte. Lejos de la vista de todos ustedes le he dedicado días enteros a aprender el difícil arte de la escultura. Inicie con barro y y luego con mucho cuidado he aprendido como moldear figuras a partir de la madera y finalmente pase a trabajar con herramientas que yo mismo he creado para extraer imágenes de los bloques de granito que tenemos en lo alto del cerro del silencio . Hoy y después de casi un año de trabajo arduo, les presento mi obra maestra. Miren hacia el Cerro. ¿Ven esa figura que se alza entre las nubes? ¡Es una estatua! ¡Una creación única! ¡La hice yo!

    Los animales miraron. Desde tan lejos, solo se veía una silueta oscura, apenas distinguible. Pero el tono del mono era solemne, casi místico y con sus seguridad les transmitía la creencia. Y así comenzaron los murmullos entre aquellos animales que nunca habían visto una obra de arte.

    —¡Qué artista! —¡Qué visión! —¡Qué genio! Claramente se ve el esfuerzo del creador.

    El jaguar asintió. La tortuga cerró los ojos en señal de respeto. El venado dijo que había sentido “una energía especial” que emanaba de aquella figura en lo alto del cerro. Y así, Turi fue celebrado.

    Los animales comenzaron a sentirse afortunados de tene a Turi viviendo con ellos. Le ofrecieron los frutos más dulces, lo invitaron a danzas nocturnas, y hasta le pidieron que enseñara su “técnica”.

    Turi ya convertido en una celebridad entre los animales se dedicaba a hablaba de inspiración, de forma, de trascendencia. Pero aunque Nadie entendía, todos asentían y movían la cabeza para lucir interesantes e

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